Breve introducción a la historia (que conozco) del ajedrez guatemalteco

Por: Félix Fernando Ramos

(Imágenes tomadas de internet)

Mi padre, entre sus múltiples trabajos desempeñados a lo largo de su vida, fue piloto del transporte urbano. Durante algunos años manejó aquellos buses que iban de Vista Hermosa al Hipódromo del norte, y viceversa. Usualmente terminaba su turno al medio día y algún domingo, en el inicio de los años 70s descubrió a un doñito que daba clases de ajedrez a la sombra de los árboles del parque Minerva, en el Hipódromo.

Discusiones aparte, aquel viejo que dictaba cátedra a quien quisiera escucharle se llamaba Guillermo Vassaux y es el ajedrecista más importante que ha nacido en Guatemala, tanto por sus múltiples títulos de campeón nacional, como por su generoso aporte a la formación de varias generaciones de jugadores.

Guillermo Vassaux

Por algún motivo extraño, mi padre se interesó en aprender aquel juego y un día de tantos apareció por la casa con un tablero y unas piezas diminutas: Vengan muchá, nos dijo, les voy a enseñar a jugar ajedrez. Papá apenas tenía formación escolar, pero era lector empedernido de periódicos, su interés por un juego tan complicado también derivó de las noticias de 1972 cuando Fischer y Spassky generaron titulares en todo el mundo.

La fiebre por el ajedrez duró algunos meses en la casa. También contagiamos a varios vecinos. Papá compró un libro llamado: 100 columnas de ajedrez, cuyo autor era Guillermo Vassaux. Mis hermanos y yo también fuimos a recibir clases al parque Minerva y jugamos simultáneas contra el viejo que siempre vestía de traje formal y fumaba pipa.

Pasado el interés por el ajedrez, mis hermanos y yo, volvimos de lleno a las chamuscas, al futbol, pues.

Supe que lo del ajedrez no sería algo pasajero para mí cuando leí el libro de las cien columnas. La lectura del libro de don Guillermo me ayudó a entender cosas más allá de los lineamientos básicos del juego. De todas formas, como ya nadie quería estar sentado durante tanto tiempo frente a los muñequitos y el tablero, poco a poco dejamos de jugar.

Salón de la Federación de Ajedrez, previo a reciente remodelación. Imagen tomada de internet.
Salón de la Federación de Ajedrez
(previo a reciente remodelación)

Varios años más tarde, en la segunda mitad de la década de los 80s, un primo se interesó por jugar tenis de mesa y empezó a ir a entrenar al Palacio de los deportes, en la zona 5. Vivíamos por ahí cerca. El primo contó que se había apuntado a la federación de pimpón, entonces le pedí que me averiguara si existía federación de ajedrez, porque siempre quise aprender más de tal juego. Descubrí la federación de ajedrez a finales de 1985 y jugué mi primer torneo a principios de 1986.

La federación de ajedrez estaba ubicada en el sótano del Palacio de los deportes y en 1986 fue trasladada a un edificio que fue inaugurado con motivo de los Juegos deportivos centroamericanos de ese año.

El ajedrez estaba dividido en categorías: tercera, segunda, primera, expertos y maestros. Al inicio de cada semestre la Asociación de ajedrez del departamento de Guatemala organizaba torneos de categorías, que se jugaban sábados y domingos. Entre semana, al final de la tarde, se reunían algunos grupos a practicar el juego, regularmente se encontraban ahí señores de edad mediana quienes se turnaban en la mesa, permanecía quien ganaba y salía el perdedor, jugaban sacarrín, pues.

Asistí durante unos diez años a la federación de ajedrez, tiempo en el que descubrí muchas facetas del juego. Jugué torneos de categorías, torneos abiertos y campeonatos nacionales. Me hice aficionado al ajedrez relámpago o blitz. Luego dejé de ir a la federación, pero durante los años que fui asiduo conocí a muchos personajes cuyas historias son dignas ser contadas, empezando por don Segundo Quiñónez, quien no sabía jugar ajedrez, pero durante muchos años se encargó de prestar piezas, cobrar las cuotas de afiliado a la Asociación de ajedrez del departamento de Guatemala y de redactar, con su laboriosa y caligráfica letra, los recibos 45C en los que constaba el pago.

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